Irán, Israel y el equilibrio regional

17.05.2018

Si atendiendo a sus ínsitos intereses, una entidad estatal emerge con aspiraciones de proyección general y lo  plasma insistentemente en la facticidad, palmariamente, se transformará en un contrapeso en la disputa por el dominio de la  competencia interestatal. Generalmente, en el trasfondo de esa competencia no están los valores de un sistema de gobierno o las reglas y los hábitos de comportamiento social, sino la biología pura y la voluntad de una comunidad (minoritaria o mayoritaria) de registrar en la Historia su capacidad de Poder.

Esa lucha se efectúa  en todas las formas posibles, empleando todos los medios posibles y sin reparar mayormente en lo legal e ilegal de los actos cometidos y por cometer, porque lo que importa son los resultados específicos que proporcionen progreso y preeminencia a sus exponentes.

La yuxtaposición de intereses vitales y de supervivencia en Medio Oriente impone una dinámica acelerada en la complejidad de las  relaciones de poder que se desarrolla en la región.

Las facciones de poder sionista que respaldan el liderazgo político del primer ministro, Benjamín Netanyahu, no conciben un estado de Israel que esté acotado geográfica y geopolíticamente hablando. Para esas camarillas, la existencia de la entidad estatal israelí requiere de un acrecentamiento territorial y del ejercicio de un  rol como superior eje regional. Su entorno geopolítico debe reconstituirse de modo tal que el Proyecto Gran Israel sea una realidad consecuente con los fundamentos convergentes religiosos, políticos y económicos que le dotan de su razón de ser. Allí radica el principal problema de la  estabilidad y la seguridad de Israel, es decir,  en su pretensión de ser y estar allí lo que deviene en confrontación constante con sus competidores, los cuales no están constreñidos por ninguna razón objetiva (sea ésta de índole religiosa, histórica, geopolítica, política, etc., etc.) a ceder, mansa y obedientemente, sus propios proyectos geopolíticos y, sobre todo, su derecho a no ser interferido por el actor sionista ni por ningún otro polo de poder externo.

Para los estrategas halcones de  Israel, la configuración de un Medio Oriente,  caracterizado por la inestabilidad, el conflicto y el caos, es elemental para debilitar a sus antagonistas, neutralizar a sus retadores peligrosos y lograr la dominación de su estructura.

Para los tomadores de decisiones sionistas antes mencionados, es imperativo operar simultáneamente con diferentes maniobras,   conservando el soporte espacial que posee y expandirse absorbiendo más territorios, recursos y participando activamente en la construcción de bloques geoestratégicos que le reditúen beneficios, tales son los casos de la alianza que teje con Arabia Saudita y otras petromonarquías y la asociatividad mediterránea con Chipre y Grecia. A la vez que practican una serie de seducción, presión y conminación contra lideratos políticos suprarregionales para que no se les ocurra menguar la cooperación política, militar y económica que tienen para con Israel.

Irán, con evidente importancia geoestratégica y, tras haber estado durante décadas contenido por el sionismo y ciertas facciones rectoras occidentales, se reconstituyó en un centro de gravitación para reasumir un protagonismo histórico que colisiona inevitablemente con la mega estrategia de Israel. Teherán ampara  a las entidades que Israel hostiga y ataca y junto a ellas vertebró el corredor Teherán-Beirut, desafiando la colusión israelí-saudí.

De ahí que prominentes voces israelíes afirman que Irán es su máximo enemigo.

El hegemón israelí está sufriendo  la contracción como agente  moral y el debilitamiento como competidor en el sistema internacional, lo cual  le insta a tensionar aún más la situación regional para sus propios intereses, posiciones y oportunidades.

*Por Diego Pappalardo, publicado originalmente en Rambla Libre